El capitán Arredondo es uno de los más grandes héroes españoles del siglo XX, nada menos que dos veces caballero de San Fernando, Medalla Militar Individual, un ascenso por méritos de guerra, más de 50 acciones de combate y 10 heridas de guerra anotadas en su hoja de servicios. Pero también, y quizás sobre todo, Arredondo es un ser humano extraordinario por su altruismo, por su generosidad, por su valor y su indomable voluntad, por la alegría y serenidad que sabía transmitir a los que le rodeaban en las ocasiones más difíciles y por la pasión que en todo ponía, “modelo de caballeros y de soldados”, como lo definió el teniente coronel Mola al conocer su heroica muerte.
Pablo Arredondo Acuña nació en Baeza el 8 de enero de 1890 en el seno de una familia de amplia tradición militar originaria de Torreperogil que se estableció en Baeza al casar su padre, el teniente coronel don Pablo Arredondo, con doña Rosario Acuña, hija de don Cristóbal Acuña Solís, alcalde de la ciudad.
En 1908 ingresa en la Academia de Infantería y en 1911 es promovido a segundo teniente y destinado al Batallón de Cazadores de Barbastro nº 4. Pero, habiendo comenzado ya la Guerra del Rif, el joven teniente no se siente cómodo con la tranquila vida de guarnición y pide ser destinado a una de las unidades que tenían previsto pasar a África. Así, en mayo de 1913 llega a Ceuta con el Batallón de Cazadores de Arapiles nº 9, unidad en la que sólo un mes después ganaría su primera Cruz de San Fernando en el combate de Laucién. Fue el día 11 de junio cuando al replegarse su batallón, que había salido de Tetuán para proteger el regreso de la columna de Primo de Rivera, ya de noche, el enemigo se lanza en tromba sobre la 3ª Compañía, cuya última sección mandaba el teniente Arredondo. Toda la compañía se defiende con bravura, pero se destaca la sección de Arredondo, “que al realizar un ataque a la bayoneta fue herido de bala en una ingle, no obstante lo cual continuó en su puesto y tomó parte en otros dos ataque a la bayonetas, haciéndose notar por su valor y serenidad", consiguiendo, cuando el enemigo se retira, reunir lo que queda de su sección y marchar con ella, llevando sobre sus hombros a un soldado herido, hasta Tetuán.
De su humanidad y de la naturalidad con que asumía su propia grandeza da exacta idea la nota que desde la camilla en la que lo llevaban al quirófano escribió a su hermano Juan: “Me han herido de gravedad en la cadera, saliendo la bala por bajo de los riñones, pero estoy tranquilo y contento por haber sabido cumplir con mi deber y permanecer en mi puesto. Puedes estar orgulloso de mí. Prepara a mamá para que no sufra. Pese a que no he hecho nada más que lo que debía, me proponen para la Laureada".
No del todo recuperado de aquella herida, como consecuencia de la cual perdería un riñón, en 1914 se incorpora al Grupo de las Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla de guarnición en Tetuán, unidad con la que, pese a la brevedad de su destino, tomó parte en ocho acciones de combate, mereciendo ser nombrado como distinguido en la Orden del Cuerpo y recompensado con la Cruz del Mérito Militar con Distintivo Rojo, lo que acrecentó su fama de oficial valiente y sacrificado.
En 1917 es ascendido a capitán y pasa destinado a la península, donde permanece hasta septiembre de 1920, cuando es llamado por Millán Astray para incorporase a la élite que compondría el primer cuerpo de oficiales del recién creado Tercio de Extranjeros. “Arredondo -le escribe Millán- necesito tu entusiasmo”, y le promete sufrimientos sin fin, primera línea de combate, probablemente la muerte, y la gloria, si es capaz de merecerla. Y Arredondo no supo negarse. Así, el 1 de octubre siguiente se incorpora a La Legión para ocupar el mando de la 1ª Compañía de la 1ª Bandera, como por su condición de caballero de San Fernando le correspondía.
Los siguientes meses los pasaría el capitán Arredondo dedicado a la organización e instrucción de su compañía, tarea que no debió de ser nada fácil si tenemos en cuenta la calidad de los primeros contingentes que se incorporaron al Tercio: delincuentes, ex presidiarios y aventureros de varias nacionalidades, a los que había que convertir en una unidad eficiente y disciplinada capaz de operar siempre en los puestos de mayor peligro. Pero esta situación debió de ser forzosamente breve ya que desde el 18 de abril lo vemos operando con las columnas de Castro Girona y Sanjurjo, con la que, pese a no serle asignada la vanguardia que su jefe reclamaba reiteradamente, la Legión sufrió su auténtico bautizo de fuego durante la ocupación de las posiciones de Ait Gaba, Salah y Muñoz Crespo.
En la toma de esta última, y después de tres días de feroces combates, el 29 de junio Arredondo es herido una vez más. “Cuando me acerqué a él -cuenta el legionario y periodista Carlos Micó en su libro Los Caballeros de la Legión- estaba de pié y me dijo en un tono en el que no se adivinaba ni nerviosidad ni emoción: Avisa que venga inmediatamente una sección de ametralladoras, porque nos están asando; tengo ya dos balazos en los muslos. Cuando acudieron los camilleros el heroico capitán ya estaba acostado en el suelo. “¡No os acerquéis a mi -gritaba-, que están tirando muy bien! ¡Me han tumbado de dos balazos más! Batid primero al enemigo, ya vendréis luego a por mi”. Cuando horas después lo recogieron, la situación de Arredondo era muy grave, lo que le obligó a un doloroso peregrinaje por diversos hospitales de campaña, hasta que finalmente resultó imprescindible evacuarlo a Madrid.
De haber sido otro su carácter, ahí podría haber terminado la sufrida y brillante carrera militar de Arredondo, y con toda justicia nuestro capitán, en su condición de inválido, podría haber pasado a disfrutar de su desahogada situación, de la familia que anhelaba crear y de su merecido y ya inmenso prestigio. Pero no; el capitán Arredondo estaba hecho de otra madera y ni supo ni quiso eludir su sagrado compromiso con la Patria, con la Legión y con sus legionarios. Determinado a conseguir su vuelta al servicio activo por cualquier medio, Arredondo se embarcó en lo que durante los tres años siguientes sería para él un auténtico calvario. Recurrió a todo tipo de médicos, hasta gastar una buena parte de su capital; suplicó al Rey, que lo recibió en audiencia el 27 de marzo de 1923 y prometió ayudarle, y, tras una titánica lucha contra los tribunales médicos, en los que incluso se vio obligado a disimular la situación real de su pierna, Arredondo consiguió finalmente ser dado apto para el servicio activo, eso sí, con la ayuda de un artilugio ortopédico que le acompañaría el resto de sus días.
Reincorporado a la Legión el 23 de julio de 1924, ni los dolores de sus heridas, ni el hambre, ni la sed, ni las extremas condiciones de vida y combate de las que habla en sus cartas consiguen empañar la felicidad de Arredondo al encontrase de nuevo al frente de su legionarios. “Después de seis días sin suministro alguno -le escribe a su madre- finalmente tuvimos que sacrificar al caballo, que nos comimos asado sin pan, sal ni nada más. Lo peor es que ahora tendremos que repartir su carga. Lo que bebimos no es para contar". Así pasaría los cuatro siguientes meses, tomando parte en los innumerables combates que entonces se sucedieron, hasta el 19 de noviembre siguiente en que, durante la retirada de Xeruta al Zoco de Arbaa, encontraría gloriosa muerte y ganaría su segunda Laureada y la Medalla Militar Individual.
Ese día, apenas iniciado el movimiento bajo un violento temporal de agua y viento, la columna fue atacada con gran intensidad por numerosos enemigos de las kabilas de Xeruta y Xauen, y muerto el general Serrano y ocupados por los moros puestos de protección prematuramente abandonados, la columna, en uno de cuyos últimos escalones iba Arredondo, tuvo que continuar su marcha en condiciones muy desfavorables. Acentuado el taque del enemigo, “el capitán Arredondo, al mando de la Primera Compañía, ocupa posiciones ventajosísimas para facilitar la retirada, conteniendo briosamente al enemigo hasta ver a salvo a todas las fuerzas de la Sexta Bandera y del Grupo de Regulares de Ceuta. Al empezar el repliegue, Arredondo es herido en el pecho y, comprendiendo la crítica situación de las fuerzas en retirada, permanece en su puesto batiendo al enemigo y sacrificándose por la seguridad del resto de la columna. Cercada su compañía, defienden todos caras sus vidas, hasta que la superioridad del enemigo acaba con ellos, muriendo el capitán de un segundo balazo, los oficiales y los legionarios con espíritu espartano, en cumplimento de su deber". En aquel momento, el capitán Arredondo tenía 34 años de edad y, dada la gravedad de la situación, su cuerpo, que nunca se recuperaría, hubo de ser abandonado al enemigo.
Como presagiando su destino, tres meses antes Arredondo había otorgado testamento en Tetuán. En él, tras dar fe de sus creencias y encomendar a su madre la protección de la mujer con la que pensaba casarse, decía: “Lego a mi ahijado Pablo la Cruz de San Fernando que lleve en mi uniforme al morir, y sepa cumplir con la Patria. Lego a mi sobrino Pablo, hijo de mi hermano Luís, mi uniforme ensangrentado con el mismo fin. Encargo a mis hermanos Juan y Luís, hagan un ligero resumen de mi vida militar y muerte por la Patria, para que se lo lean con frecuencia a sus hijos, para que sirviéndoles de ejemplo, lo sigan y sean hijos amantísimos de España, como yo siempre lo fui”. Ni un atisbo de amargura puede encontrarse en este estremecedor documento, ninguna pena ni desesperación; solo una escalofriante normalidad ante el casi seguro designio de morir en combate y una absoluta disposición para el sacrificio.
Como todos los grandes hechos de aquella guerra, la muerte de Arredondo, que tuvo un amplio tratamiento en toda la prensa nacional, conmocionó vivamente a una buena parte de la sociedad española, pero muy especialmente a sus paisanos. Así, para preservar perpetuamente su memoria y su ejemplo, en 1925 el Ayuntamiento de Torreperogil solicitó a S.M. el Rey el marquesado de Arredondo para su madre, expediente que cayó en el olvido con el advenimiento de la República, y la ciudad de Baeza, por suscripción popular, le erigió en 1927 el monumento que ahora podemos ver sin su estatua en el Paseo del Arca del Agua.