La primitiva ermita ya existiría en tiempos de los árabes, funcionando como un lugar de oración.
Hay referencias de mediados del siglo XVIII, en la que algunos fieles devotos hacen mejoras en el santuario.
En 1796 se restauró el templo, tal y como nos ha llegado hoy en día. Las obras, encargadas por el bachiller José García de Otarola, prior de San Nicolás, y don Antonio Eduardo de Aranda, Caballero Venticuatro, fueron llevadas a cabo por el albañil Pedro Rus.
La ermita no sufrió daños durante la Guerra de la Independencia, razón por la cual sirvió como base para la creación del cementerio municipal en 1837, funcionando como capilla mayor del mismo.
Presenta una sala única cubierta con techumbre de madera, precedida por un pórtico con espadaña.
En ella se venera una imagen del santo eremita y de Santiago el Mayor del siglo XVIII.