Siendo la caballería el cuerpo más importante en las contiendas medievales se entiende que los reyes otorgaran privilegios y exenciones a aquellos hombres libres que, teniendo caudal suficiente, pudieran adquirir armas y mantener un caballo, a cambio de estar prestos para ponerse al servicio real cuando fueren requeridos para ello.
Caballero es, por antonomasia, aquel que combate a caballo. Pero, por entonces, el caballero es el centro del feudalismo y el que tiene mayor importancia en la Edad Media.
Su nivel económico le permitía costear un caballo y escudero, al menos, aunque un hombre de armas era acompañado por más ayudantes.
La existencia de caballeros vinculados al servicio de las armas, pese a que su origen no fuera la nobleza, terminó, a través de los siglos, por identificarse con ella. Terminarán, con el paso del tiempo, por conformar una clase o casta muy definida.
El papel de la hueste de caballeros llegó a ser predominante en los concejos, lo que les condujo a convertirse en una aristocracia ciudadana.
Junto a los caballeros pasaron a engrosar la clase nobiliaria los hidalgos, cuya nobleza se basaba en la ascendencia genealógica, lo que lleva a Valera (siglo XV) a escribir: Puede el Rey fazer caballero, mas no fijodalgo.
Desde muy antiguo se reconoce a los hidalgos como nobleza de sangre no titulada, pudiendo ingresar en las órdenes militares y en las maestranzas de caballería, situación que algunos nobles titulados no pueden compartir por carecer del linaje suficiente.
Viene, desde tiempo inmemorial, siendo reconocido por hidalgo aquel que tiene probanzas de limpieza de sangre y buen linaje por su ascendencia paterna y materna hasta tres generaciones atrás.
A diferencia de los caballeros, los hidalgos portan el yelmo o celada terciado en su escudo de armas. Por contra, los caballeros lo ponen de perfil.
Existía pues una caballería que de hecho no era noble, por lo que se repite constantemente que quien cabalga a caballo no es por ello caballero, pero no es menos cierto que por aquel medio muchos llegaron a ser tenidos por tales e incluso pasaron a engrosar las filas nobiliarias.
La caballería ciudadana es conocida también por caballería de alarde, que, en el caso de Alcalá la Real, representaba un 18.5% de su vecindario. Hay autores que denominan a esta caballería como villana, para distinguirla de la de procedencia netamente nobiliaria.
La formación del caballero era sumaria y se reducía a aprender a montar a caballo y al manejo de las armas. Sumaria en cuanto a materias, pero compleja en cuanto que el manejo de las armas y la destreza requerida no era tarea fácil.
El aprendizaje se realizaba junto a un señor al que se servía de paje y/o escudero. Los torneos y las justas, la cacería y acompañar al señor a la guerra iban especializando al aspirante y servían, también, para mantener a la élite de caballeros en forma.
El espíritu caballeresco y la influencia del cristianismo mitigaron bastante los efectos devastadores de la guerra, incluso dotaron a determinadas luchas de contenido religioso, como en el caso de las Cruzadas o de la propia Reconquista.
La caballería, en cuanto institución, es de origen germánico y era la iniciación guerrera del hombre libre. Se hacía entrega de las armas ante los iguales (pares).
La Iglesia, que no había podido suprimir las guerras, intenta humanizarlas sujetando a los hombres de armas a determinadas leyes morales, proporcionándoles un nuevo espíritu que contribuyó eficazmente a su sacralización.
Consecuencia directa de la sacralización es la creación, en la Edad Media, de un rito o conjunto de reglas que abarca el reclutamiento (hombres libres), el noviciado, que implica el ejercicio de las armas, la equitación, la caza, etc., y en la guerra ese novicio asiste con su padrino como ayudante (escudero), para finalmente, tras el período de aprendizaje, conseguir que el escudero sea armado caballero.
En lo tocante a la sacralización de todo el proceso era preciso pasar una noche velando las armas, en oración y habiendo comulgado. Se arma al caballero de pies a cabeza y calza las espuelas.
Se le entregaba al caballero, junto al yelmo, cota de mallas, etc., una espada de doble filo: uno para castigar al rico que oprimía al pobre y otro para castigar al fuerte que abusara del débil. Se bendice la espada, se le da un abrazo y un golpe de plano con la hoja de la espada en el hombro (espaldarazo). El así armado presta juramento solemne de respetar el código de la caballería, luchar por la fe y la justicia.
Entre los deberes del caballero se encontraban los del buen cristiano, la fidelidad a su señor (vínculo vasallático), la protección de la Iglesia, los pobres, las viudas y huérfanos. Por derechos del caballero estaban los de pertenencia a la caballería, como honor personal no trasmisible ni hereditario; y el privilegio de poseer blasón o escudo de armas.
El incumplimiento de sus obligaciones era penado con la degradación, cortando sus espuelas y rompiendo sus armas.
Pese a todos los intentos del cristianismo por eliminar la rudeza y crueldad de aquellas costumbres, nunca pudo despojar al caballero completamente de su razón de existir, que se manifestaba en el ejercicio de la caza, los torneos y su dedicación en exclusiva a la guerra.