Tras la desmembración del califato de Córdoba, surgieron las taifas o reinos que se organizaron a partir de las antiguas provincias, o coras, del califato.
Estas taifas, conscientes de su debilidad frente al acoso cristiano, y sobre todo después de la caída de Toledo ante el ejército de Alfonso VI en el año 1085, llamaron en su ayuda a los almorávides, que era como los cristianos llamaban a "los morabitos", tribus bereberes del desierto mauritano.
Los almorávides se habían convertido al Islam en el siglo IX y se habían organizado y dominaban Mauritania, buena parte de Marruecos y de Argelia.
Los almorávides pasaron a la Península Ibérica y pusieron freno al avance cristiano, pero también sometieron a los taifas.
Con el tiempo los sultanes almorávides cayeron en decadencia y volvieron a formarse unos segundos reinos de taifas que a su vez acabaron reconociendo la autoridad de otro pueblo norteafricano, en esta ocasión de la franja mediterránea, cuyo concepto del Islam rayaba en el fanatismo, los almohades.
Su ardor guerrero en nombre de Alá puso freno momentáneo al avance cristiano.
El fin del dominio almohade tuvo lugar precisamente en la provincia de Jaén y su derrota en las Navas de Tolosa eclipsó su poder definitivamente, no sólo en la Península, sino también en el norte de Africa.
Otra dinastía musulmana norteafricana entró en liza en la Península, la de los benimerines prolongando su poder hasta el siglo XV.