De forma redonda, con unas dimensiones que oscilaban entre los 50 y 70 centímetros de diámetro, estaba fabricada en cuero o en madera forrada de piel y constituía una protección apta para el combate en formación o en guerrilla.
Su utilización se remonta a la Edad de Bronce, sobre todo en el Suroeste de la Península Ibérica.
En las representaciones aparecen estos escudos con una embrazadura central y, en algunos casos, como una serie de círculos concéntricos. Esta doble característica aparece en uno de los más antiguos monumentos ibéricos conocidos con figuras humanas, el conjunto escultórico de Porcuna (Jaén), de mediados del siglo V a. C. Probablemente se trata de una serie de discos de cuero de diferente diámetro encolados entre sí y apretados contra un molde para crear la concavidad central que permitía colocar una embrazadura sencilla. Además llevaban una correa sujeta a dos anillas móviles para colgar el arma del hombre durante la marcha o para enrollarla en torno a la muñeca en combate.
Junto a los escudos de cuero existían otros de madera, decorados al exterior con grandes tachones de bronce repujado, láminas finas que no añaden apenas protección ni llegan al borde del escudo, pero que resultarían imponentes. Estas decoraciones aparecen en toda la Península desde el siglo V a. C.
Obviamente el escudo de cuero era demasiado liviano y los de madera eran los más utilizados, al menos desde el siglo IV a. C., según muestran los arqueólogos.
Al morir el guerrero el escudo ardía en la pira funeraria, pero gracias al estudio de las manillas tenemos una idea bastante precisa de las características de la caetra.